No es ciencia ficción. No es una serie de Netflix. Es ahora. En este preciso momento, mientras leés estas líneas, hay algoritmos que están tomando decisiones silenciosas pero concretas. Deciden a quién mostrarle una publicidad, quién merece una entrevista de trabajo, con quién vas a “hacer match” o si una persona mayor va a ser acompañada por un ser humano o por una app.
La inteligencia artificial llegó para quedarse. Pero no llegó sola. Vino envuelta en una narrativa poderosa: la del progreso inevitable. Un relato que la presenta como neutral, objetiva, eficiente. Como si no hubiera ideología detrás de cada decisión tecnológica. Como si no existiera otra forma de hacer las cosas.
Mientras celebramos los avances de la inteligencia artificial, que sin dudas pueden aportar soluciones valiosas, suceden otras cosas de las que poco se habla. Vínculos que se debilitan, empleos que se esfuman, decisiones importantes que se toman sin diálogo, sin empatía, sin presencia humana. Todo esto ocurre en nombre de la eficiencia, mientras empezamos a ceder espacios fundamentales de nuestra vida cotidiana como el encuentro con otros, el cuidado mutuo o la escucha atenta.
¿Estamos construyendo una sociedad donde las personas importan, o una donde lo único que cuenta es la eficiencia? ¿a quién sirve una tecnología que avanza sin detenerse a considerar al otro?
Cuando se habla de inteligencia artificial, todo suena brillante. Nos cuentan que los algoritmos ayudan, que los datos optimizan, que las aplicaciones resuelven. Pero detrás de esa estética futurista hay una narrativa cuidadosamente construida. Una historia que nos venden, y que muchas veces aceptamos sin cuestionar.
Ese relato dominante se apoya en algunas ideas que es necesario poner en discusión. Una de ellas es la creencia de que la inteligencia artificial es la única solución posible. Otra es la tendencia a minimizar sus efectos sociales. Y una más es la deshumanización de lo humano, como si todo vínculo, toda decisión y toda experiencia pudieran ser reducidas a código y reemplazadas por software.
Esto no sucede porque sí. Tiene una intención. Es una construcción política. Es un discurso que busca generar consenso, calmar miedos, evitar preguntas. Un discurso que instala sentido común y que, como advierte Van Dijk, también moldea la forma en que percibimos la realidad. Porque quien controla el relato también controla las posibilidades de imaginar otros futuros.
Entonces la pregunta es: ¿no es hora de empezar a contar otra historia?
Desde el Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación, en el marco de este ejercicio de comunicación, creemos que sí. Que otra narrativa es posible. Una que recupere a las personas como protagonistas. Una que se anime a mirar lo que se está perdiendo en este camino. Una que no se conforme con celebrar el avance tecnológico sin preguntarse hacia dónde nos está llevando.
Queremos hablarle a quienes sienten que todo va demasiado rápido. A ese docente que no sabe cómo educar frente a los chatbots. A esa abuela que queda sola frente a una pantalla. A vos, que también te preguntás qué tipo de mundo estamos construyendo.
cuidado.
Por eso organizamos la Convención Nacional sobre Inteligencia Artificial, un espacio abierto y gratuito, con especialistas, talleres, debates y experiencias concretas, donde podamos construir colectivamente una agenda tecnológica que no deje a nadie afuera.
Y por eso también lanzamos este blog. Porque este blog es parte de esa misma convicción: abrir el debate, no imponerlo. Construir una conversación pública que nos incluya a todas y todos. Un espacio para abrir preguntas, compartir ideas y pensar en conjunto.
Porque al final del día:
La inteligencia es artificial.Pero lo importante, humano.
No hay comentarios:
Publicar un comentario